ESTADO DE CONFUSIÓN
Tanta información y desinformación que vertidas
por los vertedores de la verdad virtual te bombardean minuto a minuto, destruyen
tu realidad y te crea un inevitable estado de confusión. Luego desde ese estado,
uno no sabe donde está parado o, lo que es peor, no tiene conciencia de si está
parado, si está en pie, si está vivo. Porque la vida para ser tal tiene que ser
vivible, tiene que sentirse en un sentido que valga la pena. Y cuando uno
recorre el último tramo de la existencia propia, empieza a dudar de si esto es
propio de la naturaleza humana, si es natural ser un sujeto o un objeto, si es natural sufrir porque otros humanos así
lo disponen, si es natural tener sueños a sabiendas que inevitablemente se
transformaran en decepciones, si es natural ser eternamente ignorante abonándolo
diariamente y tener la forma de un ser que debiera ser inteligente. Eso es sólo
parte de las dudas que te aplastan y a pesar de insistir nos oprimen quitándonos
el aire limpio y puro que nuestra sangre necesita para seguir este camino.
A pesar de estos pesares, uno siente que algo
de vida queda y que hay que direccionarla hacia un destino que uno crea que es la
dignidad y así ser un ser que tiene la responsabilidad de combatir la
indignidad.
A pesar de los espacios de la realidad que cada
uno puede ver, es menester valorar la utopía y cuidarla porque ella es una
bella flor que suelta su perfume y clarifica el estrecho sendero que nos toca
explorar, ella con sus formas inefables
se opone al arcano que siempre asecha para golpearte sin piedad.
Quizá es cierto que la vida es sueño, que la vida no existe, que sólo
es el umbral de la realidad, una realidad que difiere de la que nosotros
percibimos.
Desde este lugar nacen los impulsos que parten
de sentimientos inciertos que nos llevan a creer lo que la oportunidad obliga.
Desde este lugar batallamos para ser lo que somos, malos los que no valoramos
lo invisible y buenos los que seguimos el mandato de nuestros corazones.
En este mundo regado con la preciosa sangre de
tantos mártires que ofrendaron sus vidas para que no hubiera dudas de que la
humanidad tenía la posibilidad de reivindicar los mejores valores para
disfrutar todos por igual sin odios ni rencores, haciendo fructificar el amor
eternamente, en este mundo donde parece que esa sangre derramada se diluyó sin
pena ni buen recuerdo, es en el mundo que nos toca vivir y es desde allí, desde
aquí, que debemos tomar la posta para los que así sentimos luchemos por lo que
creemos.
Francisco Klanchar
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